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Tradición o leyenda, de padres a hijos ha pasado la historia que cuenta que un antepasado de Simón se fue un monasterio y el día de su vuelta San Cristóbal la casualidad quiso que sucediera un grave accidente: un carro arrolló a un niño rompiéndole las dos piernas. En este momento el seminarista le examinó, y dijo a los presentes: “No tengáis miedo es grave pero no se va a desangrar ni a morir y vamos a conseguir que algún día vuelva a caminar”.

Entonces alineó los huesos en su sitio, los entablilló con unos palos secos de fresno, y los vendó con una mezcla de barro. En ese instante, nacía el primer curandero alistano y la fe de los alistanos en una saga familiar Los Diez.

Simón Diez Fernández, hijo de Luis Diez y Ana Fernández, labrador y curandero de profesión, nació en el seno de una familia muy humilde de San Cristóbal de Aliste, el 11 de mayo de 1913.

Su abuela Gregória era curandera, hábil en el manejo de remedios herbales, y una reconocida partera, en una época, siglo XIX, donde los medios eran escasos y las limitaciones enormes. Su hijo Luis, padre de Simón, fue también un reputado curandero, con ambos se inició Simón, aunque sus habilidades y conocimientos superaron a los que fueron sus maestros en el ámbito familiar.

En 1922, con tan solo nueve años, se vio obligado a cruzar la Sierra de la Culebra para irse a trabajar como pastor a la localidad de Cional donde estuvo hasta 1934. Fue allí cuando empezó a tratar y curar las patas a las ovejas que se les torcían o rompían.

Tras permanecer doce años en Cional, en 1934 Simón se alista por el cupo de Ayuntamiento de San Vitero de Aliste, dos años después comienza la guerra civil y la vida de Simón quedó marcada para siempre por ésta. Combatió en los frentes más duros. Se ocupó de atender civiles y soldados, saliendo mutilado de una pierna. Durante la posguerra, ya en San Cristóbal, recorrió los caminos de la comarca a caballo, desde Tábara a Carbajales de Alba, desde Cerezal de Aliste a San Pedro de las Herrerías acudiendo a atender a aquél que lo necesitara. Los vecinos de la localidad le pagaban en iguala (como al médico). El afamado curandero Simón cogía la mano del paciente y le tomaba el pulso, y era capaz de saber dónde estaba la dolencia.

Simón fue el alivio y la salvación en una época en la que el transporte en caballerías y el duro trabajo en el campo era fuente habitual de graves accidentes y dolores crónicos.

Los avatares de la vida civil y militar moldearon en Simón una persona ejemplar, única en su época, un hombre abierto y sencillo que quiso y supo ayudar a los demás. Las puertas de su casa siempre estuvieron abiertas y por allí pasaron miles de hombres y mujeres de todas las edades, enfermos o perniquebrados. Hoy en día se puede asegurar, sin ningún tipo de duda, que Simón Diez Fernández ha sido el alistano más universal, el más querido y famoso, y ahora también el más añorado.

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La composición de huesos fue su especialidad: hundimiento de costillas, fracturas, dislocaciones, dolores de “riñones”, desviamientos de columna vertebral, manqueras. Facilitaba remedios con lo que tenía a su alcance, principalmente de origen vegetal pero también animal. Destacaba en él, una habilidad especial, un don para muchos: su capacidad para diagnosticar enfermedades tomando el pulso, una capacidad que a veces iba un poco más allá, ya que con solo ver al paciente intuía la enfermedad que podía tener. Más allá, o no, de dones lo que se puede decir con seguridad es que Simón tenía un ojo clínico certero, “mágico” para los legos y desconcertante para los doctores. Un ojo clínico fruto de excelente capacidad de observación y de una larga experiencia tratando con personas aquejadas de dolencias.

Benito Diez Lorénzo, hijo de Simón y Rufína, es digno sucesor sucesor de la familia. Nació en San Cristobal, el 6 de mayo de 1945, y estuvo hasta los dieciocho años, cuando se incorporó en Zamora a cumplir el servicio militar obligatorio. En 1955 volvió a San Cristobal, hizo la labranza hasta los 25 años. Es en esa época cuando se inicia en la práctica del curanderísmo de su padre: “Cuando mi padre no estaba en casa porque se había ido atender a sus pacientes a otros pueblos, venía gente y los ya los arreglaba yo”. En 1968, se casa y emigra a San Sebastian donde trabaja en la fábrica de Coca Cola, allí sigue ejerciendo como curandero pero solo entre la gente más conocida.

Tras pasar seis años en San Sebastián, se traslada a Madrid donde trabaja como taxista, y su vocación como curandero adquiere más fuerza. Un día estando trabajando como taxista, Benito llevaba un hombre a un hospital durante el trayecto el pasajero le fue contando que lo más seguro era que le tuvieran que cortar el pie. Enseñó el pie a Benito, y se fueron a buscar unas hierbas silvestres que crecían unos terrenos, junto a Radio Televisión Española, era el cardo arzoya más conocida en Aliste como “consuelda”. Le mandó que se lavará la herida con agua de esta raíz y la cubriera con arcilla amasada con la misma agua de cocción, y así, cicatrizó el pie.

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Permaneció cinco años más en Madrid, y luego regresó a Zamora. Al principio comenzó atendiendo en casa y luego abrió una consultorio: “la verdad es que en un principio no quería ejercer está profesión, ya que había ratos muy duros y difíciles pues hay cosas que no puedes curar, además lo que más temía era fracasar en esta profesión, no por mí sino por el buen nombre de mi padre”.

Benito tiene tres hijos, que son en la actualidad quienes están al frente la actividad. Sofía diplomada en Enfermería y especialista en Nutrición y Dietética. María Luz, diplomada en Empresariales y Educación Social, máster en Plantas Medicinales por la universidad de Salamanca, dos años de Medicina Naturalista en la Universidad de Zaragoza y posgrado en Fisioterapia de la actividad física. Y por último, José Luis, psicólogo clínico, sexólogo, con varios posgrados universitarios en Fisioterapia, Plantas Medicinales y Medicina Naturista, y estudioso de diferentes tipos de masaje y terapias manuales.

De esta manera, de una manera u otra, siguen los pasos de sus antepasados, como “curanderos”, dando continuación a la vocación y tradición familiar.

En muchas comarcas y regiones de fuera de Zamora, el curanderismo (ya en desuso y con cierta connotaciones despectivas) tiene connotaciones asociadas a lo esotérico y al pensamiento mágico. Sin embargo, en Zamora, el término curandero está íntimamente asociado a la “colocación de huesos”, y guarda estrecha relación con el algebrismo popular de siglos anteriores, ese algebrismo referenciado en obras maestras de la literatura española como el Quijote o el Buscón.

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